Durante muchos años he estado
convencida de que la primera novela que leí fue Quo Vadis? (de hecho lo digo en la entrada anterior), cuando en
realidad no fue así. Me explico…
Hace ya bastante tiempo se
produjo un curioso fenómeno consistente en que ciertas novelas, publicadas
en su día para un público adulto, acabaran por formar parte de colecciones
juveniles. Fue el caso de La llamada de
lo salvaje, de Jack London; Robinson
Crusoe, de Daniel Defoe; Los tres
mosqueteros, de Alexandre Dumas; La
máquina del tiempo, de H.G. Wells, El escarabajo de oro, de Edgar A. Poe, y
prácticamente toda la obra de Jules Verne, por citar sólo algunos.
Debido a su temática aventurera o fantasiosa, a estos libros se les ha colgado la etiqueta de ‘juveniles’ algo que, por supuesto, no les resta identidad como novelas. Pero en esa época para mí tan sólo los libros que no formaban parte de colecciones juveniles eran 'auténticas' novelas. Por algo se diferenciaban de los otros volúmenes con una encuadernación y una temática más de ‘mayor', pensaba. Así, durante mucho tiempo, no fui consciente de que, en realidad, la primera novela que leí fue Las aventuras de Tom Sawyer.
Debido a su temática aventurera o fantasiosa, a estos libros se les ha colgado la etiqueta de ‘juveniles’ algo que, por supuesto, no les resta identidad como novelas. Pero en esa época para mí tan sólo los libros que no formaban parte de colecciones juveniles eran 'auténticas' novelas. Por algo se diferenciaban de los otros volúmenes con una encuadernación y una temática más de ‘mayor', pensaba. Así, durante mucho tiempo, no fui consciente de que, en realidad, la primera novela que leí fue Las aventuras de Tom Sawyer.
Al primer intento no lo conseguí.
El bonito volumen cuyas tapas estaban ilustradas con una imagen del protagonista
en su entorno rural y evocador no consiguió atraparme. Quizás no fue el momento
adecuado porque, no mucho después, en casa de mis abuelos descubrí un ejemplar
destartalado y amarillento del mismo libro y ese sí, ese me cautivó.
Aún no sé si el libro pertenecía a mi madre o
a alguno de mis tíos, porque era mucho más antiguo que el que tenía en casa,
pero la cuestión es que sólo bastaron un par de páginas para que me dejara
llevar por esa fascinante lectura. A pesar de que la época, la localización y
las motivaciones del protagonista nada tuviesen que ver conmigo, sus
desventuras y sus afanes conectaron con los míos. Y no sólo con los míos. Al
acabar la novela quedé tan entusiasmada que se la recomendé a mi hermano Jordi
quien también disfrutó y la recuerda con tanto cariño como yo.
Muchos, pero muchos años más
tarde, durante mi época de librera, continué recomendando este libro a jóvenes
lectores. Ninguno quedó defraudado. El inquieto y astuto huérfano logra aún
transmitir con sus percances esa pasión por la vida que hace que valoremos
hasta lo más insignificante. Ese pequeño universo suyo conecta con otros mundos
muy alejados de su entorno rural junto al Misisipi y, sin embargo, los desvelos
de ese niño son los mismos que nos sacuden hoy. Como el río, el tiempo fluye y
nos erosiona por fuera. Pero, por dentro, seguimos siendo Tom, Becky o Huckleberry.