Esta es la enseñanza que el maestro zen dio al sabio budista cuando llegó a él lleno de ideas y de opiniones. Porque, como explica Henri Brunel en su libro, Los más bellos cuentos zen, “el objeto del Zen es devolvernos nuestro ‘rostro original’, nuestra inocencia”.
Este cuento me parece muy apropiado para comentar la última novela de Francesc Miralles, Oblivion, ya que es una historia en la que se percibe la esencia del Zen.
El argumento gira alrededor de ese estado de pureza que nos hace comulgar con el universo. Una situación que descubre el joven protagonista, Sasha, al cruzar las puertas que le llevan a un desconcertante lugar llamado Oblivion. Ese espacio bien podría ser lo que Brunel define como “lo infinito en lo finito”. Porque, a partir de ese momento, su concepción del mundo y de si mismo se modifica.
Como si el tiempo convergiera en esa interrogación en la que se convierte su vida, Sasha revive su pasado ya que él ya ha vivido experiencias más allá de lo real. De hecho, la novela se inicia con una anécdota de su infancia en la que sus sueños de niño de llegar al planeta Marte le llevan hasta otro cielo. ‘Un cielo tras otro’, como ya sugiere el Leitmotiv de la historia. Y en el horizonte de esos cielos está su verdad.
En su peculiar aventura, esos sueños de niño no dejan de acompañarle y dan sentido a su existencia cuando los hechos del presente se complican. Todo a su alrededor está impregnado de ese ‘rostro original’ que es él mismo: el del niño que desea ir a Marte y se aventura por territorios carcomidos y rocosos.
En su periplo místico y galáctico le acompañan diversos personajes. Todos, de alguna manera, proyectan facetas de él mismo. La vital y extravagante vecina es un reflejo de su rebeldía. Su tío, un vestigio de la inocencia infantil con sus sueños y sus anhelos. Y la misteriosa joven que descubre en Oblivion, es la fuerza, su pasión, el móvil que le anima en ese viaje hacia su esencia.
Cómo es habitual en Miralles, además de la historia principal, el argumento nos asoma a otros pequeños mundos. En el camino encontramos las huellas de otras aventuras, citas, pinceladas literarias, aroma de música, evocadoras acuarelas, referencias al cine y, sobretodo, a la filosofía platónica.
Quizás porque Francesc Miralles pone mucho de sí mismo en cada uno de sus libros, el lector acaba por proyectar en ellos su propia imagen. Enfrentados a esa proyección, leyendo Oblivion volverán a sentirse en la adolescencia, impulsados por los mismos anhelos que, quizás, un día dejaron atrás. Y en esa introspección común es muy posible que se transformen, como describió el escritor japonés Soseki, en un gran universo.
"He arrojado esa cosa minúscula
que llaman ‘yo’
y me he convertido en el mundo inmenso".
Fuji Rojo. Katsushika Hokusai