Hubo un tiempo en que una de las
antepasadas de CatalunyaCaixa, la Caixa d’Estalvis de Catalunya, regalaba libros.
No sé si lo hacía para obsequiar a sus clientes por Navidad o si era en motivo
de Sant Jordi, puesto que en aquella época no se celebraba el Dia del Llibre como
ahora y apenas éramos conscientes de la efeméride. El caso es que en un momento determinado
aparecía mi madre, que era la que iba a ‘La CAIXA de tots’, con un libro
obsequiado por la entidad.
Entre las obras que llegaron a
nuestras estanterías de este modo se encuentra La casa de los espíritus, una novela que me sorprendió y rompió
muchos de mis esquemas en cuanto a literatura. Lo primero que me llamó la
atención fue la portada: la imagen de una mujer con el pelo verde destacando
sobre un fondo blanco. El título ocupaba gran parte de la tapa, escrito con
letras grandes y llamativas, y la dama peliverde tenía una mirada bastante
perturbadora. Aún así, sin saber de qué iba y pasando por alto la aprensión que
me provocaba sospechar que se tratase de una novela de terror (género que no me
atrae demasiado), me arriesgué a leerla.
Ya las primeras páginas
consiguieron atraer mi atención y despertaron mi asombro. El lenguaje soñador e
inspirado, las imágenes evocadoras, y la recreación de un mundo perfilado entre
la realidad y la maravilla me cautivaron por completo. Hasta entonces había leído
novelas románticas, decimonónicas, clásicas y juveniles que nada tenían que ver
ni con el estilo ni con la temática de lo que estaba leyendo. Luego supe que a
ese género se le denomina ‘realismo mágico’ y que cuando Isabel Allende publicó
el libro, su primera novela, en 1982 esta categoría literaria ya se había
desarrollado plenamente más de treinta años atrás.
'Birds! Birds!', Rob Gonsalves |
La lectura de La casa de los espíritus fue el
pasaporte que me condujo, mucho más tarde, al mítico mundo de Macondo y al sobrecogedor
universo de Comala. Si ya la primera cata de realismo mágico me impactó, no quiero ni pensar en el efecto que me hubiesen producido el descubrimiento 'a pelo' de García Márquez y, sobretodo, de Rulfo. Hubiera sido demoledor.
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