Hoy me he despertado en aquella
habitación de tu piso. Lo primero que he visto ha sido la puerta, justo a los
pies de la cama. Luego, la ventana. Un modesto fulgor atravesaba, indeciso, los
visillos. La finura de la tela apenas minimizaba la minúscula claridad del
exterior. Quizás porque su función siempre fue más ocultar la visión del hueco del ascensor,
al otro lado de los cristales, que impedir la escasa entrada de la luz.
Al volverme hacia la pared opuesta, he visto ese armario tan grande o, al menos, así me lo ha parecido a mí desde la proyección de mi recuerdo.Después, me he fijado en la
mesilla de noche y allí estaba aquella vieja radio que ya no funciona. Un
impulso antiguo me ha empujado a incorporarme entonces. Como tantas veces antes
que esta, he vuelto a acuclillarme junto a la mesilla, impelida por el mismo
hábito que me movía en la niñez, y he
tomado con cuidado la caja de música. Me he sentado sobre el colchón, con ella
en el regazo y, antes de abrirla, he acariciado los finos relieves de la madera.
Después, la he abierto. Rac-rac-rac, he girado la manecilla para darle cuerda
y, al soltarla, han comenzado a sonar unas notas quebradizas. El tintineo de la
melodía se ha instalado en el ambiente como un trozo de sueño, de este sueño
mío de estar en esta habitación tuya. Prendida en la armonía de ese instante, puede
que haya sabido que era eso la eternidad. Y allí, en el infinito, justo al caer de la última nota, te he oído venir.
La puerta corrediza estaba, como
siempre, desplazada y desde la abertura se veía la pared del pasillo y las baldosas octogonales de color terroso. Entonces
te has asomado y me has mirado sin asombro. Como si ya supieras que yo estaba
allí. Llevabas esa bata de color morado
y el pelo gris, un poco encrespado. Tan delgada como siempre y feliz, también como
siempre, de verme. Cuando me he levantado para saludarte, tu humor, peculiar
y a veces hasta absurdo, ha sido el primero en saludarme: ‘¡que pisas un
sapo!’. Yo he sonreído y me he dado cuenta entonces de lo mucho que he añorado
tu voz. ‘¡Venga, que ya han pasado las burras de leche!’ has añadido, y yo he sabido entonces cuánto puede encerrarse en
una expresión.
Te he seguido, una vez más, por
el pasillo, ese largo corredor que vertebra tu casa. Los muebles, y hasta las
paredes, volvían a tener tu huella. Un rastro de vivencias y memorias que a mí
me gustaba descubrir. Una vez en la cocina, he vuelto a ayudarte a preparar el
desayuno. Mientras tu hacías café, yo he puesto en cada taza un par de
cucharadas de leche condensada que he diluido en agua caliente, tal y como me enseñaste.
Después, cuando la cafetera ha borboteado, llenando el aire de ese olor a
bienestar, has vertido en las tazas un chorro denso y oscuro.
Nos hemos sentado
en la mesita como solíamos, tú y yo frente a frente. Para no variar, he
preferido tomar un trozo de pan del día anterior, como haces tú, en lugar de unas
magdalenas. Porque en ese mendrugo me siento aún más unida a ti. En tu
sencillez de antigua campesina, en la frugalidad de unos tiempos que yo sólo he
vivido a través de tus historias. ‘Yaya, cuéntame cosas de tu pueblo’, he vuelto a pedirte
una vez más. Y tú, complacida, has rememorado de nuevo aquellas anécdotas de ‘cuando
eras chica’.
Hoy me he despertado contigo en
la memoria. Porque hace tanto que ya no estás… Pero cada día me siento más como
tú, apegada a mis recuerdos y feliz en la nostalgia. A veces, para sentirme mejor, yo misma me explico tus historias y entonces me parece que voy a abrir los ojos y a despertar, una vez más, en esa habitación.
Me has hecho llorar, Silvia.
ResponEliminaA veces los recuerdos son tan nítidos, que los vivimos como reales, y eso aunque nos produzca nostalgia, nos ayuda a vivir.
Conozco esa nostalgia, y es la que me mantiene cuerda y en pie. Geniales líneas!!
Besitos!
un precioso y emotivo relato, silvia. las abuelas dejan mucha huella. me gusta mucho cómo has descrito a la tuya. ah, y las personas del campo son muy sabias.
ResponEliminaun abrazo
Rebeka, he intentado no hacer un relato triste, pero supongo que es inevitable cuando se habla de ciertos momentos, emotivos, intensos, no tocar la fibra sensible. En cualquier caso, es un halago que te haya hecho llorar, eso significa que he logrado conmoverte. Seguramente porque compartimos esa nostalgia que, como bien dices, ayuda a mantenerse cuerda y en pie (a mi también me pasa). Me alegra mucho que te hayan gustado mis lineas. Besitos a ti también!!!
ResponEliminaMuchas gracias por tu comentario Chema. Me alegra que te haya gustado. Tienes razón en lo que dices sobre las personas del campo, tienen una sabiduría especial. Creo que es lo que yo intuía de niña y por eso le pedía que me contara historias.
ResponEliminaMi abuela no era una persona culta, como mi abuelo, su marido, pero tampoco es que fuera como muchas mujeres de su época que tuvieron que ponerse a trabajar y no fueron apenas a la escuela. Tuvo la suerte de poder ir al colegio. Ella me explicaba las cosas de su época desde un punto de vista personal, tradicional, porque tenía una memoria increíble para los detalles. Era como un documental antropológico andante. Eso me fascinaba.
Bueno, no me enrollo más. Un abrazo.