Los
cuatro relatos que forman el primer y único libro de Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, están ambientados
en la Guerra Civil Española, aunque su universalidad podría ubicarlos en
cualquier otro país o conflicto. Porque lo que Alberto Méndez relata no es otra
cosa que el efecto devastador que ejercen los conflictos en el alma, en el
cuerpo, incluso en la memoria. Es por eso que el autor titula a cada una de
estas historias ‘derrota’ y, además, las convierte en una especie de testamento
que nos alerta de la degradación que acompaña a cualquier guerra.
La
primera de las derrotas nos enfrenta al
hundimiento, a la profunda desesperanza de un soldado vencedor que no encuentra
consuelo en la victoria. Invadido por una especie de lucidez que los demás
consideran malsana, se entrega al enemigo herido por la certeza de saber que no
hay triunfo posible.
La
segunda derrota es, para mí, la más estremecedora. Es la supervivencia
aferrándose a lo imposible, a una brizna de calor y a unas trazas de alimento. A
través de las palabras del propio protagonista evocamos una historia de muerte
y vida. En este orden. Un relato que si no fuese tan terrible sería hasta
absurdo: un mundo estéril que acoge un nacimiento, un cuerpo que agoniza para
dar a luz y, en ese entorno yermo y desalmado, la supervivencia irracional que
parece alimentarse de su propio miedo.
La
tercera derrota trata de la impostura, una actitud que también contiene algo de
desesperación. Y es que el protagonista de esta historia va alargando sus días
valiéndose del hecho de haber conocido al hijo del presidente del tribunal que
le juzga. Día tras día elude a la muerte incluyendo en sus declaraciones alabanzas
a ese hijo fallecido que, en realidad, fue un infame.
La
cuarta y última derrota es la que da título al libro, Los girasoles ciegos. Es una historia de silencio, opresión y
miedo. Un relato visto desde diferentes ángulos e, incluso, perspectivas
temporales: la del narrador (omnisciente y atemporal), la del niño (que escribe
de adulto) y el del diácono (en forma de cartas escritas en el mismo momento
que se relata). Esta historia es, quizás, la más compleja, porque recoge
distintas maneras de ver el mundo. En una época de represión en la que las
palabras condenan y los hechos aún más, el pensamiento sencillo y limpio del
niño empatiza con el del lector. Contrapuesto a este, el del diácono representa
el pensamiento perverso y el comportamiento manipulador.
Todas
estas derrotas tienen ciertos puntos de encuentro, personajes comunes,
tragedias compartidas, que ayudan a dar verosimilitud a unas historias que son,
como he dicho, universales. Con Los
girasoles ciegos Alberto Méndez nos ha hecho un regalo de genialidad, por su
estilo incomparable y por su sensibilidad certera que logra estremecerte hasta
la médula.
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